La triste tradición de dictaduras en nuestro país, terminada hace 40 años gracias a la lucha de los organismos de DD.HH., quizá nos dejó desprevenidos ante un fenómeno que, en rigor, no resulta inédito: un grupo antidemocrático puede llegar al gobierno no solo a través de un golpe de Estado sino, también, por medio de elecciones. Pero, esta vez, el sujeto portador de este legado funesto, sugiere que algo se desencadenará.
La semana pasada, Zambia llegó a un acuerdo para aliviar casi 4.000 millones de dólares adeudados a tenedores de bonos privados, lo que generó esperanzas de que una prolongada reestructuración de la deuda del segundo mayor productor de cobre de África estuviera llegando a su fin. Habían sido necesarios tres años para conseguir una «reprogramación» de la deuda. Pero no ha desaparecido, simplemente es un poco más pequeño y el costo del servicio es un poco menor.
Vivimos en la época de los algoritmos. Las decisiones que afectan a nuestras vidas no están hechas por humanos, sino por modelos matemáticos. Estos esquemas se diseñaron para permitirnos, entre otras cosas, ahorrar tiempo, pero además se los popularizó como procesos más justos y objetivos. Antes estas técnicas la resolvían seres humanos, trabajadores ineficientes, según el progreso por estar dotados de un cúmulo de problemas: familia, horarios, prejuicios, arbitrariedades, etcétera, escarbando en montaña de papel para obtener un, ¡deficiente! resultado.