«Pienso que es necesario educar a las nuevas generaciones en el valor de la derrota. En manejarse en ella. En la humanidad que de ella emerge. En construir una identidad capaz de advertir una comunidad de destino, en la que se pueda fracasar y volver a empezar sin que el valor y la dignidad se vean afectados. En no ser un trepador social, en no pasar sobre el cuerpo de los otros para llegar el primero. Ante este mundo de ganadores vulgares y deshonestos, de prevaricadores falsos y oportunistas, de gente importante, que ocupa el poder, que escamotea el presente, ni qué decir el futuro, de todos los neuróticos del éxito, del figurar, del llegar a ser. Ante esta antropología del ganador de lejos prefiero al que pierde. Es un ejercicio que me parece bueno y que me reconcilia conmigo mismo. Soy un hombre que prefiere perder más que ganar con maneras injustas y crueles. Grave culpa mía, lo sé. Lo mejor es que tengo la insolencia de defender esta culpa, y considerarla casi una virtud». Pier Paolo Pasolini
Mientras sostenido en su «tecnomasculinismo» Trump amenaza con invadir, matar, decapitar, sodomizar al país caribeño y obviamente a sus habitantes, entre 2005 a 2016, el municipio de Torres en Venezuela fue una de las ciudades más profundamente democráticas del mundo. Una alcaldía de la que Zohran Mamdani podría aprender de su ejemplo no para reiteración mecánica, es imposible por escala, sino como muestra de que no es una utopía expandir el campo de lo posible, beneficiar a los ciudadanos de a pie, aún en Nueva York. En efecto, aún en contra de los deseos de los partidos gobernantes y de oposición del país, el pequeño municipio venezolano de Torres se sometió a un experimento radical de democracia, dando a los residentes poder directo sobre el presupuesto. El presupuesto participado que se intentó aplicar muchas veces en Argentina sin suerte, en Torres, funcionó. En un momento de creciente autoritarismo, a nivel nacional y mundial, aunque resulte difícil entender por nuestro provincialismo en el análisis, hoy mucho depende del éxito de Zohran Mamdani, el nuevo «enemigo» del monarca sin corona (por ahora). La injerencia alevosa de Trump y su banda en la política de La Argentina, es un ejemplo de interdependencia notable.
En el corazón del ecosistema tecnológico estadounidense se afirma una ideología singular, a la vez estructurante y mal denominada: el tecnomasculinismo. Tras el discurso sobre la innovación, la inteligencia artificial y la soberanía individual, se teje una narrativa de dominación basada en una masculinidad hegemónica, blanca y tecnológicamente avanzada. Esta narrativa, lejos de ser marginal, impregna los centros neurálgicos del poder estadounidense, desde Silicon Valley hasta la Casa Blanca, pasando por el Pentágono. Funciona como una extensión del neoliberalismo estadounidense, en una versión desregulada, extractiva y autoritaria, que descarta la doctrina –promovida durante décadas– de la apertura basada en el poder blando [soft power] para sustituirla por los únicos medios del poder duro [hard power].